martes, 3 de julio de 2012

¡Solvencia y contra la pared!

¡Solvencia y contra la pared!
El sistema tributario venezolano se ha convertido en la sumatoria de cantidad de impuestos, tasas y contribuciones parafiscales irracionales.

Durante décadas era muy común que los muchachos se reunieran en la calle a jugar. 

La cuadra, las esquinas o las plazas de barrios o urbanizaciones eran los campings modernos; sustituía las facilidades de estos centros de diversión y formación con que contamos los padres de hoy día para lidiar con las largas y estresantes vacaciones de "verano".

Eran otros tiempos, la inseguridad no se enseñoreaba como un vecino más ni obligaba a los padres a condenar a niños y jóvenes a una suerte de "orden cerrado". No es que en aquel entonces no existieran malandros. Los había de todo tipo, recibían cualquier denominación y eran efectivamente perseguidos.
En aquella época se veía a los jóvenes, aún sin ser patoteros o malandros, correr cuando veían una "jaula" o una patrulla de la Policía Metropolitana, pues su sola presencia era intimidatoria y casi seguro que por tener "melena" o estar reunidos en una esquina hablando pistoladas eran objeto de requisa y del célebre grito "cédula y contra la pared", los montaban en la jaula y llevados a las prefecturas o jefaturas civiles hasta que los padres o representantes los fueran a rescatar.
Era una escena repetida en la literatura urbana de la época o en las películas que se alimentaban de ella, basta con recordar "Cuando quiero llorar no lloro" de Miguel Otero Silva.
La escena y la expresión se me recrea a cada rato cuando observamos la "Inquisición tributaria" (expresión de mi dilecto alumno Betancourt/ Ucab) en que se han convertido todas las unidades de administración tributaria nacional, estadal, municipal o parafiscal.
El sistema tributario venezolano se ha convertido en la sumatoria de cantidad de impuestos, tasas y contribuciones parafiscales irracionales, que contrarían los principios constitucionales de la legalidad y de la prohibición de no confiscatoriedad en su diseño y aplicación, que lesionan seriamente la propiedad y la libertad económica del empresario y de la empresa y, como siempre, el gran perjudicado es el consumidor: o por el aumento de los precios que recogen tal presión o no consigue satisfacer su demanda, por ausencia de productos.
Una recaudación que no tiene proporción y correspondencia entre lo que se paga y lo que se recibe en bienes y servicios como contraprestación. 
Los tributos, junto a los "cupos", habilitaciones, licencias, permisos y registros se han convertido en los "aplastas cabezas", "sierra" y garrotes viles de esa "Santa Inquisición", que persiguen la herejía de querer emprender o intensificar la actividad económica empresarial. 
En el catecismo revolucionario, plasmado en los evangelios de las Leyes del Estado Comunal y en los exégetas evangelistas que fungen como administradores tributarios, lo importante es recaudar y no importa cómo. 

Se valen de interpretaciones que contrarían la propia legislación aprobada o reformada durante estos últimos lustros, de la doctrina y la jurisprudencia del Tribunal Supremo de Justicia y demás tribunales que deberían pasar los actos administrativos y normativos por el tamiz de la legalidad y la constitucionalidad.
Es un sistema tributario, legal y administrativo, absolutamente kafkiano, en el cual lo importante no es la ley consagratoria del tributo sino el Reglamento o providencia que la "complementa" con interpretaciones arbitrarias y acomodaticias de los funcionarios que no sienten que el legislador, ya de por sí distorsivo, los interpretó; un sistema en el que la página web define a conveniencia la temporalidad del tributo, su base de cálculo y demás deberes formales; en el que la palabra de un funcionario, la más de las veces sin conocimientos sólidos en materia de Derecho Administrativo y Tributario, por no expresar a secas de Derecho, cercena o limita arbitrariamente las libertades públicas.

Un sistema en el cual el acceso a la justicia administrativa y judicial no vale un comino, el derecho a la defensa es una concesión graciosa que depende del Tomás de Torquemada de turno y no un derecho humano esencial y supraconstitucional.
Una Inquisición tributaria, que funciona perfectamente tanto en el mundo de los rojos como de los azules, éstos a veces más cruentos, cuyas víctimas son la empresa y el empresario, sin importar su tamaño; que persigue el delito de la fe, propia de un régimen constitucional, de querer pagar lo que directamente dimana de la ley conforme a la Constitución y no lo que arbitrariamente impone la página web o el jefe del Servicio Autónomo; las penas de este consejo general de la Inquisición operativamente eficiente, no solo impone cierres, multas descomunales e irracionales, sino que actúa bajo el grito de "solvencia y contra la pared", no importa si laboral o tributaria.
Si no se tiene la solvencia, que certifica que no es que está a derecho sino que no paga o recurre a lo que arbitrariamente se le exige, corre el riesgo que lo monten en la "jaula" o lo sometan a una especie de Ley de Vagos y Maleantes conforme a la cual no podrá obtener otras solvencias, certificación de no producción, la solicitud y tramitación de divisas, obtención de permisos de construcción, bomberos, propaganda comercial o se le iniciarán juicios ejecutivos (Globovisión por medio).
En fin, al empresario, después de ser sometido al delicado aparato inquisitorial, no le queda otra que "pegar la solvencia contra la pared", montarse en la jaula, y lo malo es que no hay nadie quien lo recupere o rescate.
Ahora el lema pareciera ser "patria, socialismo y solvencia", ¿pagaremos?

Tomado de:

 

 

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